E l n i d o
Os contaré una historia, si no tropieza
mi memoria.
Han pasado ya muchas primaveras y muchas quimeras desde que, navegando
por el mar del cielo, cruzó Golondrina las tierras de terciopelo.
Voló y voló, días y días, dejando sus melodías en el viento. Casi sin
aliento, seguía la estela de Compostela, pues son peregrinas las golondrinas.
Volando bajo la mirada del sol, Golondrina se sentía como un caracol;
durmiendo en la cuna de la luna, Golondrina soñaba que ya llegaba.
La mañana del último día, en el espejo de una ría, cogió agua con sus
alas usándolas de palas. La extendió por sus plumas mezclada con las brumas del
amanecer, que acababa de nacer. Se lavó y sacudió su plumaje, feliz al final de
su largo viaje.
Se vistió Golondrina con su mejor gabardina. Allá a lo lejos, volaban
los gorriones y los vencejos. Por fin veía su jardín, una enorme hiedra de
piedra. Había llegado a su destino de peregrino.
Con su nave de ave, levantó el vuelo y sobrevoló por el cielo la ciudad
sin edad, refugio de caminantes y pájaros errantes.
Voló hacia el gran templo dormido, donde se hallaba su nido. Con tierra
cornalina y agua marina había construido su nido escondido el año pasado,
colgado en el umbral de la catedral.
Para ella, era la casa más bella la catedral de la estrella: un árbol
gigante de piedra y diamante. Dio dos vueltas a su alrededor y saludó a sus
habitantes con amor.
Encontró su hogar, oculto en su lugar; se posó en la puerta, siempre
abierta, y por la rendija salió apresurada una lagartija.
Entre tanta arquitectura, su figura parecía esculpida en el templo de la
vida. Sintió un escalofrío, pues aún hacía bastante frío. ¿Por qué no llegaba
su marido? Juntos debían preparar el nido.
De repente, se oyó una voz inocente:
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! ¿Quién eres tú tuturutú? - habló Gorrión con su
violón. Posado en la cabeza de un santo parecía una corona de espiritusanto.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! - respondió Golondrina con su ocarina. - Soy una
peregrina. Regreso de mi casa de invierno, atravesando un cielo que parecía
eterno.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! - dijo Gorrión con su canción. - Comprendo que estés
muy cansada, pero estás posada en el portal de mi nido conyugal.
Golondrina agitó su cola como si fuera una ola y su pico como un
abanico. ¡Un ladrón era Gorrión!
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! - gritó Golondrina con
su voz cristalina. - ¡Estás muy equivocado, ladrón desvergonzado! En ninguna
nación he visto a un gorrión que haga un nido parecido. ¡Este nido es mío y de
mi marido!
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! - sonó el violón de Gorrión. - ¡Oh, no totorotó! Lo
encontré vacío; por lo tanto, es mío.
Abriendo las alas de su gabardina, Golondrina resopló con su ocarina:
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! ¡Si quieres entrar, deberás pelear!
Y con el pico levantado, se movió de uno a otro lado, lanzando el grito
de auxilio y la llamada a concilio, reclamando las carabinas de todas las
golondrinas:
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! ¡Golondrinas, a mí!
Gorrión hinchó el cuello y de sus ojos salió un destello. Abrió su pico
de trompeta y lanzó un chillido como una saeta, llamando a los cañones de todos
los gorriones:
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! ¡Gorriones, a mí!
Un silencio oscuro recorrió todo el muro; parecía que la catedral era de
cristal y que en cualquier momento la derribaría el viento. Ni una ocarina de
otra golondrina; ni un violón de otro gorrión. Nada sucedió; nadie respondió.
Todo se llenó de un silencio total, señal en la catedral de alguna amenaza para
la raza, como toda ave sabe.
Golondrina miró a Gorrión y Gorrión miró a Golondrina. Había una razón
por la que saltaba el corazón como un caballo asustado de color colorado.
El señor Gato había llegado hacía un rato. Agachado en el pequeño tejado
del umbral de la catedral, observaba y esperaba.
Golondrina saltó y en el nido se metió.
Por la rendija de la puerta, con la boca bien abierta, llamó con
determinación a Gorrión, que se había quedado mudo y paralizado.
- ¡Entra en el nido si no quieres ser comido! - le dijo Golondrina
chillando con su ocarina.
Gorrión voló con destreza y se metió en el nido de cabeza.
Cada uno en una esquina, Gorrión y Golondrina, temblaban de miedo y
señalaban con la pluma de un dedo al señor Gato, que se acercaba como un
garabato.
El señor Gato se quitó un zapato y metió su pata pirata por la puerta
del nido, sin hacer ningún ruido.
Con sus uñas nacaradas y afiladas como cuchillos que parecían colmillos,
hurgó por el interior del nido. No había comido nada en la última jornada, y su
hambre era tan atroz que casi había perdido la voz.
- ¡Por mis bigotes que me como a este par de monigotes! - pensó el señor
Gato afinando su olfato.
Y entonces, sucedió. Algo asombroso ocurrió. Golondrina y Gorrión, en
esa situación, unieron su fuerza y su fortuna - todas las aves para una - y,
una por un lado y otro por el otro lado, picotazo por aquí, picotazo por allí,
obligaron al ingrato señor Gato a sacar la pata del nido con un doloroso maullido,
seguido de un terrible bufido.
Golondrina sopló fuerte con su ocarina y Gorrión hizo vibrar su violón.
En esta ocasión, no estaban solos Golondrina y Gorrión. Pues de todos
los lados, como hermosos soldados, surgieron golondrinas y gorriones que, uniendo
sus aviones, lanzaron sus escuadrones en picado contra el peludo cazador
cazado. A gatas y con el rabo entre las patas, el señor Gato huyó perdiendo su
zapato.
Ocarinas y violones se escuchaban por todos los rincones. Volaban las
golondrinas, y parecían bailarinas. Danzaban los gorriones, y parecían
dragones. Todos sus ojos, negros y rojos, brillaban de alegría iluminados por
el nuevo día. Y todas sus voces, tan feroces, iban y venían veloces.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! ¡Gracias, golondrinas inas inas..! - decían todos los gorriones que parecían
dragones.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! ¡Gracias, gorriones ones ones..! - decían todas
las golondrinas que parecían bailarinas.
En el interior del nido, asombrados y casi sin sentido, Golondrina y
Gorrión creían tener una visión. Con los ojos muy abiertos y boquiabiertos,
miraban a sus amigos hermanados con antiguos enemigos. Lo imposible se hizo
posible y lo grande se hizo pequeño, como en un sueño.
Se miraron con descuido y salieron juntos del nido. Ocarinas y violones
se escuchaban por todos los rincones.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! ¿Quién eres tú tuturutú? - habló Gorrión con su
violón.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! - respondió Golondrina con su ocarina. - Soy una
peregrina.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! Esta bonita casa… ¿es tu casa? - preguntó Gorrión
con preocupación.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! Sí titirití - afirmó Golondrina, trina que
trina.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! Estoy solo en este mundo; mi esposa emigró al país
vagabundo - dijo Gorrión con triste emoción.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! - respondió Golondrina, escondiéndose en su
gabardina. - Nunca llegará mi marido para restaurar el nido.
- ¡Prrrit! ¡Prrrit! ¡Compartamos la casa! Ya ves lo que pasa cuando
unimos nuestras alas - exclamó Gorrión con las escalas de su canción.
- ¡Truiiiit! ¡Truiiiit! Tienes razón, Gorrión - dijo Golondrina,
mientras se ajustaba su gabardina. - Es una idea justa, y me gusta. Después de
este mal rato, acepto el trato. Quién sabe… Puede volver el señor Gato.
Rozaron sus picos y se acariciaron las alas, mejor por las buenas que
por las malas. Con plumas de gaviota y terracota, con piedra cornalina y agua
marina, Gorrión y Golondrina reconstruyeron en el umbral de la catedral el nido
que sería compartido; un nido pequeño, pero que ya no tendría dueño.
A partir de ese día, y así la historia lo pía, cualquier ave perdida fue
aquí siempre bienvenida
Esta es toda la historia, si no ha tropezado mi memoria.
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