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_todo es Magia... y la Razón lo niega

Burbujas

Burbujas
“Cuando un hombre abre una ventana, la casa habla” [Ismael Garnelo García, 3 años]

domingo, 20 de octubre de 2013

Abeja y Mariposa


A b e j a   y   M a r i p o s a
[ y el batallón de hormigas, mis amigas ]

   Lo vi todo a la luz del lucero, desde la puerta de mi hormiguero.

   Cuando Abeja vio a Mariposa dijo que ese día conoció a la criatura más hermosa. Perseguía la nube perfumada de una flor, su aroma hechizado de amor y Abeja, enamorada, acudía a su llamada. Cuando el perfume se hizo más intenso el cielo se llenó de un color inmenso. El día abrió un baúl y todo se volvió de color azul. Abeja detuvo su vuelo ignorando la llamada de su anhelo. Se posó sobre una hoja de Rosa, mirando extasiada a Mariposa.
   - ¡Socorro, por favor! - escuchó Abeja una voz de picaflor.
   Miró a su alrededor con sus mil ojos, que podían ver hasta los piojos de los piojos. Pero ante su mirada no veía a nadie ni nada; tan sólo a Mariposa, con su traje de diosa. Buscó en ese cuerpo de cometa al dueño de esa trompeta, que parecía llamar a la guerra a toda la Tierra.
   - ¡Ayúdame, Abeja! - oyó de nuevo la voz en su oreja.
   ¡Ahora ya no cabía duda! ¡Era Mariposa la que pedía ayuda! Abeja levantó aprisa el vuelo y sus alas vibraron por el cielo.
   - ¡He caído en la artimaña de la vampira Araña! - gritaba Mariposa atrapada en la nebulosa.
   - ¡Ya voy! ¡Aquí estoy! - exclamaba Abeja con sus zumbidos, que surgían de sus latidos. Su corazón galopaba sobre el viento y su voz volaba por ese mismo aliento.
   - ¡Estoy atrapada en esta trampa decorada! - decía Mariposa angustiada.
   Mientras la baba sedosa envolvía más y más a Mariposa, Abeja se posó en un calabozo distinto del mismo laberinto en el que Mariposa, encadenada, gritaba muy asustada.
   - Estoy a tu lado - dijo Abeja, encogiendo su cuerpo naufragado. - Estoy pegada a una pared de la misma red.
   - ¡Ha sido culpa mía que te veas ahora en esta agonía! - se lamentaba Mariposa balanceándose en aquella cosa, observando a Abeja con los pies liados en la misma madeja.
   - Aquí sólo hay un culpable: ¡Araña, la miserable! - sentenció Abeja con su cara perpleja.
   Un silencio completo de incomprensible alfabeto agitó las alas de celulosa de Abeja y de Mariposa. Duró exactamente un instante esa brisa silenciosa e inquietante. Pero ese breve momento enredó más a ambas en aquel tormento. Y ambas pensaron a la vez en el diente de su último juez. ¡Araña, en silencio y sin sonido, había salido de su cavernoso nido! Vestida de guerrera, con coraza y bandera, se acercaba enmascarada caminando sobre la nada.
   - ¿Por qué no seguiste tu camino? - dijo Mariposa con su voz de lino. - Ahora no estarías en este patíbulo atada, condenada a ser devorada.
   - Sólo puedo decir que quise sentir y mirar de cerca la belleza, el color de su pureza - respondió Abeja, sacando su propia moraleja. - Es una buena razón para perder el corazón.
   - No conoces la ira de Araña la vampira - habló Mariposa con voz misteriosa. - No nos come, ¡nos bebe! En un tiempo muy breve seremos un aperitivo, un singular licor de sabor atractivo.
   - ¡Yo, que construyo celdas de cera, ahora me veo prisionera! - respondió desconsolada Abeja entre los barrotes de la reja.
   - ¡Sé piadosa! - le dijo Mariposa. - Si clavas tu aguijón en mi corazón, si lo atraviesas con tu espada y la dejas ahí clavada, habremos abandonado esta vida antes de ser su comida.
   - Yo ya soy vieja - respondió Abeja. - Mi escaso jugo de miel de fresa será toda una sorpresa para el estómago de Araña, cuando me encuentre en su telaraña.
   - ¡Oh, por todas las flores! ¡Por todos sus colores y por todos sus olores! - le gritó Mariposa. - ¿Vas a dejar que nos coma esa cosa?
   De pronto, la luz del lucero se fue por un agujero. Una nube negra y pirata apareció con su color de hojalata; navegando por el cielo cubrió al sol con un velo. Se escuchó la voz de un trueno y la nube escupió su veneno, serpiente de luz y fuego; y luego, comenzó su llanto, y lloró la nube tanto que los nudos de seda fueron desatados y los ladrillos de la muralla fueron derribados. Por el aire rodó la telaraña y, con ella, rodaron Mariposa, Abeja y Araña. Antes de caer al camino Abeja había cambiado su destino y, libre de las cuerdas de satén, levantó el vuelo con su vaivén. Voló y fue a posarse en Rosa, y vio desde allí en el suelo a Mariposa que, agitando sus alas como la luz de unas bengalas, intentaba liberarse de sus cadenas y de sus penas. Y de pronto, sucedió. El lucero regresó con su baúl de color azul. Mariposa cambió también su destino y se levantaba del camino. Por el cielo volaba Mariposa, la criatura más hermosa. Llegó hasta la misma Rosa y se posó al lado de Abeja, que la miraba perpleja. ¡Tanto amor y tanta sutileza se podía ver en su belleza! Nunca vio otra flor de semejante color, de parecido olor. ¡Y sus ojos de insecto pluscuamperfecto! Su mirada era una burbuja que atravesaba como aguja los ojos de Abeja, almendras de cristal bajo una única ceja.
   Pero todo este encantamiento se lo llevó el viento. Un agudo lamento, un grito profundo ocupó el aire del mundo. En el suelo yacía Araña enredada en su propia telaraña.

   Lo vi todo a la luz del lucero, desde la puerta de mi hormiguero. Lancé un grito de centinela por el interior de mi ciudadela, y todas mis amigas las hormigas salieron de nuestro nido en batallones y sin hacer ruido. Rodearon a Araña la vampira, víctima de su propia mentira. La voz del comandante sólo dijo “¡Adelante!, y millones de mis amigas las hormigas se lanzaron al ataque. Un constante triquitraque de cuchillos y tijeras derribó murallas y barreras, y abrió la coraza y la marmita de Araña, la maldita, llegando hasta su corazón, negro como el carbón.
   Desde los pétalos de Rosa, Abeja y Mariposa veían el final de aquella batalla desigual. Escucharon una voz, un último grito que llegó hasta el infinito; Araña, la emperatriz insecticida, se había ido a la otra vida. El ejército de mis amigas las hormigas se replegó hacia el hormiguero, llevando cada guerrero una diminuta porción incierta de Araña muerta. Y cuando el remolino legionario se retiró del escenario, no quedaba sobre el camino más que polvo y un rastro serpentino de millones de pies, como si miles de ciempiés hubieran bailado la suerte de la muerte, en aquel lugar, tan lejos del mar.
   Abeja miraba a Mariposa, sin decir nada y nerviosa. Mariposa le devolvía la mirada, llena del encanto de un hada.
   - No sé qué decir. Me he quedado muda - dijo con gesto de duda entre sus alas Mariposa, con aquella voz maravillosa.
   - Prométeme que tendrás cuidado - respondió Abeja mirando a otro lado. - Que no te hará prisionera ninguna otra guerrera. Que cuidarás de tu belleza como si se tratara de una fortaleza, y que no dejarás que la tristeza cubra con sus velos tanta pureza.
   Una lágrima perdida y curiosa se deslizó por el rostro de Mariposa.
   - Tu generosidad, tu bondad… Ha sido un gesto verdadero, y mi salvación del monstruo guerrero - dijo Mariposa, arrodillándose en el pétalo de Rosa. - Juro cumplir con la ley de mi nuevo rey.
   Abeja levantó a Mariposa por sus alas de diosa
   - Tú habrías hecho lo mismo, si me hubieras visto en similar abismo - le dijo Abeja con ternura, besando la mano de aquella locura, de aquella belleza que nublaba la cabeza.
   - Gracias con todo mi corazón - dijo con su canción la hermosa Mariposa. - Nunca olvidará mi memoria ni se borrará de mi historia este maravilloso día, lleno de paz y alegría. Una jornada extraña, en la que vencimos, juntas, a Araña. Hoy he aprendido una lección: las abejas también tienen corazón.
   Con una dulce sonrisa y la liviana brisa de sus alas al levantar el vuelo para surcar con sus velas el cielo, Mariposa se izó en su propio viento, camino del firmamento.
   Abeja agitó sus alas invisibles. Buscó las rutas posibles con sus antenas, aún doblegadas por las penas. ¿Volvería algún día a ver tanta belleza, a encontrar tanta pureza? ¿Volvería a tener la suerte de engañar otra vez a la muerte?
   Una llamada lejana sacó a Abeja de sus sueños de lana. Las abejas, sus hermanas jóvenes y ancianas, gritaban por todo el mundo su nombre vagabundo.
   - ¡Ya voy! ¡Aquí estoy! - exclamó Abeja con sus zumbidos, que surgían de sus latidos.

   Lo vi todo a la luz del lucero, desde la puerta de mi hormiguero.

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