A b e j a y M a r i p o s a
[ y el batallón de hormigas, mis amigas ]
Lo vi todo a la luz del lucero, desde la
puerta de mi hormiguero.
Cuando Abeja vio a Mariposa dijo que ese día
conoció a la criatura más hermosa. Perseguía la nube perfumada de una flor, su
aroma hechizado de amor y Abeja, enamorada, acudía a su llamada. Cuando el
perfume se hizo más intenso el cielo se llenó de un color inmenso. El día abrió
un baúl y todo se volvió de color azul. Abeja detuvo su vuelo ignorando la llamada
de su anhelo. Se posó sobre una hoja de Rosa, mirando extasiada a Mariposa.
- ¡Socorro, por favor! - escuchó Abeja una
voz de picaflor.
Miró a su alrededor con sus mil ojos, que
podían ver hasta los piojos de los piojos. Pero ante su mirada no veía a nadie
ni nada; tan sólo a Mariposa, con su traje de diosa. Buscó en ese cuerpo de
cometa al dueño de esa trompeta, que parecía llamar a la guerra a toda la Tierra.
- ¡Ayúdame, Abeja! - oyó de nuevo la voz en
su oreja.
¡Ahora ya no cabía duda! ¡Era Mariposa la
que pedía ayuda! Abeja levantó aprisa el vuelo y sus alas vibraron por el
cielo.
- ¡He caído en la artimaña de la vampira Araña!
- gritaba Mariposa atrapada en la nebulosa.
- ¡Ya voy! ¡Aquí estoy! - exclamaba Abeja
con sus zumbidos, que surgían de sus latidos. Su corazón galopaba sobre el
viento y su voz volaba por ese mismo aliento.
- ¡Estoy atrapada en esta trampa decorada! -
decía Mariposa angustiada.
Mientras la baba sedosa envolvía más y más a
Mariposa, Abeja se posó en un calabozo distinto del mismo laberinto en el que
Mariposa, encadenada, gritaba muy asustada.
- Estoy a tu lado - dijo Abeja, encogiendo
su cuerpo naufragado. - Estoy pegada a una pared de la misma red.
- ¡Ha sido culpa mía que te veas ahora en
esta agonía! - se lamentaba Mariposa balanceándose en aquella cosa, observando
a Abeja con los pies liados en la misma madeja.
- Aquí sólo hay un culpable: ¡Araña, la
miserable! - sentenció Abeja con su cara perpleja.
Un silencio completo de incomprensible
alfabeto agitó las alas de celulosa de Abeja y de Mariposa. Duró exactamente un
instante esa brisa silenciosa e inquietante. Pero ese breve momento enredó más
a ambas en aquel tormento. Y ambas pensaron a la vez en el diente de su último
juez. ¡Araña, en silencio y sin sonido, había salido de su cavernoso nido!
Vestida de guerrera, con coraza y bandera, se acercaba enmascarada caminando
sobre la nada.
- ¿Por qué no seguiste tu camino? - dijo
Mariposa con su voz de lino. - Ahora no estarías en este patíbulo atada,
condenada a ser devorada.
- Sólo puedo decir que quise sentir y mirar
de cerca la belleza, el color de su pureza - respondió Abeja, sacando su propia
moraleja. - Es una buena razón para perder el corazón.
- No conoces la ira de Araña la vampira -
habló Mariposa con voz misteriosa. - No nos come, ¡nos bebe! En un tiempo muy
breve seremos un aperitivo, un singular licor de sabor atractivo.
- ¡Yo, que construyo celdas de cera, ahora
me veo prisionera! - respondió desconsolada Abeja entre los barrotes de la
reja.
- ¡Sé piadosa! - le dijo Mariposa. - Si
clavas tu aguijón en mi corazón, si lo atraviesas con tu espada y la dejas ahí
clavada, habremos abandonado esta vida antes de ser su comida.
- Yo ya soy vieja - respondió Abeja. - Mi escaso
jugo de miel de fresa será toda una sorpresa para el estómago de Araña, cuando
me encuentre en su telaraña.
- ¡Oh, por todas las flores! ¡Por todos sus
colores y por todos sus olores! - le gritó Mariposa. - ¿Vas a dejar que nos
coma esa cosa?
De pronto, la luz del lucero se fue por un
agujero. Una nube negra y pirata apareció con su color de hojalata; navegando
por el cielo cubrió al sol con un velo. Se escuchó la voz de un trueno y la
nube escupió su veneno, serpiente de luz y fuego; y luego, comenzó su llanto, y
lloró la nube tanto que los nudos de seda fueron desatados y los ladrillos de
la muralla fueron derribados. Por el aire rodó la telaraña y, con ella, rodaron
Mariposa, Abeja y Araña. Antes de caer al camino Abeja había cambiado su destino
y, libre de las cuerdas de satén, levantó el vuelo con su vaivén. Voló y fue a
posarse en Rosa, y vio desde allí en el suelo a Mariposa que, agitando sus alas
como la luz de unas bengalas, intentaba liberarse de sus cadenas y de sus
penas. Y de pronto, sucedió. El lucero regresó con su baúl de color azul. Mariposa
cambió también su destino y se levantaba del camino. Por el cielo volaba
Mariposa, la criatura más hermosa. Llegó hasta la misma Rosa y se posó al lado
de Abeja, que la miraba perpleja. ¡Tanto amor y tanta sutileza se podía ver en
su belleza! Nunca vio otra flor de semejante color, de parecido olor. ¡Y sus
ojos de insecto pluscuamperfecto! Su mirada era una burbuja que atravesaba como
aguja los ojos de Abeja, almendras de cristal bajo una única ceja.
Pero todo este encantamiento se lo llevó el
viento. Un agudo lamento, un grito profundo ocupó el aire del mundo. En el
suelo yacía Araña enredada en su propia telaraña.
Lo vi todo a la luz del lucero, desde la
puerta de mi hormiguero. Lancé un grito de centinela por el interior de mi
ciudadela, y todas mis amigas las hormigas salieron de nuestro nido en
batallones y sin hacer ruido. Rodearon a Araña la vampira, víctima de su propia
mentira. La voz del comandante sólo dijo “¡Adelante!, y millones de mis amigas
las hormigas se lanzaron al ataque. Un constante triquitraque de cuchillos y
tijeras derribó murallas y barreras, y abrió la coraza y la marmita de Araña,
la maldita, llegando hasta su corazón, negro como el carbón.
Desde los pétalos de Rosa, Abeja y Mariposa
veían el final de aquella batalla desigual. Escucharon una voz, un último grito
que llegó hasta el infinito; Araña, la emperatriz insecticida, se había ido a
la otra vida. El ejército de mis amigas las hormigas se replegó hacia el hormiguero,
llevando cada guerrero una diminuta porción incierta de Araña muerta. Y cuando
el remolino legionario se retiró del escenario, no quedaba sobre el camino más
que polvo y un rastro serpentino de millones de pies, como si miles de ciempiés
hubieran bailado la suerte de la muerte, en aquel lugar, tan lejos del mar.
Abeja miraba a Mariposa, sin decir nada y
nerviosa. Mariposa le devolvía la mirada, llena del encanto de un hada.
- No sé qué decir. Me he quedado muda - dijo
con gesto de duda entre sus alas Mariposa, con aquella voz maravillosa.
- Prométeme que tendrás cuidado - respondió
Abeja mirando a otro lado. - Que no te hará prisionera ninguna otra guerrera.
Que cuidarás de tu belleza como si se tratara de una fortaleza, y que no dejarás
que la tristeza cubra con sus velos tanta pureza.
Una lágrima perdida y curiosa se deslizó por
el rostro de Mariposa.
- Tu generosidad, tu bondad… Ha sido un
gesto verdadero, y mi salvación del monstruo guerrero - dijo Mariposa,
arrodillándose en el pétalo de Rosa. - Juro cumplir con la ley de mi nuevo rey.
Abeja levantó a Mariposa por sus alas de
diosa
- Tú habrías hecho lo mismo, si me hubieras
visto en similar abismo - le dijo Abeja con ternura, besando la mano de aquella
locura, de aquella belleza que nublaba la cabeza.
- Gracias con todo mi corazón - dijo con su
canción la hermosa Mariposa. - Nunca olvidará mi memoria ni se borrará de mi
historia este maravilloso día, lleno de paz y alegría. Una jornada extraña, en
la que vencimos, juntas, a Araña. Hoy he aprendido una lección: las abejas
también tienen corazón.
Con una dulce sonrisa y la liviana brisa de
sus alas al levantar el vuelo para surcar con sus velas el cielo, Mariposa se
izó en su propio viento, camino del firmamento.
Abeja agitó sus alas invisibles. Buscó las
rutas posibles con sus antenas, aún doblegadas por las penas. ¿Volvería algún
día a ver tanta belleza, a encontrar tanta pureza? ¿Volvería a tener la suerte
de engañar otra vez a la muerte?
Una llamada lejana sacó a Abeja de sus
sueños de lana. Las abejas, sus hermanas jóvenes y ancianas, gritaban por todo
el mundo su nombre vagabundo.
- ¡Ya voy! ¡Aquí estoy! - exclamó Abeja con
sus zumbidos, que surgían de sus latidos.
Lo vi todo a la luz del lucero, desde la puerta
de mi hormiguero.
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