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_todo es Magia... y la Razón lo niega

Burbujas

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“Cuando un hombre abre una ventana, la casa habla” [Ismael Garnelo García, 3 años]

sábado, 9 de agosto de 2014

Informe para una Academia

I n f o r m e   p a r a   u n a   A c a d e m i a

[Un homenaje a K]

   Yo, la Tierra, hija del Sol y madre de la Luna, he venido a esta academia con el propósito de exponer ante ustedes, hombres ilustres, mi informe.
   Quizás muchos seres humanos ignoren que yo soy, como ellos, un ser vivo. Es decir, un ser que tiene las facultades de nacer, desarrollarse y morir. Nací hace tanto tiempo que para ustedes sería absolutamente imposible relacionar mi edad con la de los seres humanos. Tengo un corazón más puro que el de ustedes, pues el mío es de fuego líquido y el de ustedes es de fuego sólido.
   Pero lo más importante de todo este asunto que me trae aquí es una cuestión fundamental que ha sido olvidada por su raza: yo puedo vivir sin ustedes, pero ustedes no pueden vivir sin mí. Comprendan mi sorpresa y mi inquietud cuando veo sobre mi cuerpo un parásito que trata de destruirme, a pesar de causar con ello su propia destrucción. He intentado analizar, con los medios que la naturaleza pone a mi alcance, cuál puede ser el fin que persiguen ustedes persiguiendo su propio fin. Y, créanme, no consigo encontrar una respuesta que calme mi inquietud. Más bien, he llegado a conclusiones que me han hecho dudar de la fuerza de mi esperanza.
   Yo fui el paraíso que ustedes anhelan hoy en día.
   Comprendan mis ataques epilépticos, que ustedes señores académicos llaman terremotos. Entiendan mi llanto, a veces desesperado, que ustedes llaman diluvio. Comprendan, por favor, mis suspiros desesperados, que ustedes llaman ciclones y huracanes. Entiendan que mi corazón líquido se me salga por mis bocas, que ustedes llaman volcanes. Todo mi sufrimiento es mal entendido. Todas mis lágrimas caen en el vacío. Para ustedes son desgracias y ni una sola vez les he oído decir que quizás yo, la Tierra, trato de hablar con ustedes con los medios a mi alcance.
   He observado a su especie durante toda su existencia. Su aparición en mi cuerpo, su evolución a lo largo de los tiempos, su comportamiento con mis demás parásitos y con ustedes mismos, su relación con las demás especies que mi cuerpo les proporciona a sus cuerpos… La particular visión que ustedes tienen de la vida me deja perpleja. Por un lado, han sabido desarrollar mis potencias al máximo nivel. Pero lo han hecho expoliándome y violando todos mis recursos. No existe ningún otro parásito de mi cuerpo, sea mineral, vegetal o animal, que no se haya visto influenciado de alguna manera por la existencia de ustedes. Esto es un caso único. Han modificado todo mi sistema nervioso; han cambiado el curso de mis arterias; han perforado mi piel para sacar hasta la última gota de sangre de mi cuerpo…
   Olvidan que si bien yo tengo parásitos, ustedes tienen virus. Y ustedes, señores de la Academia, se defienden de sus virus. Legítimo es, pues, que yo pueda defenderme de mis parásitos cuando éstos se han convertido en virus.
   Ustedes mismos son la causa y el efecto de sus desgracias. Ya lo he dicho: yo fui el paraíso. Cuando ustedes aparecieron sobre mi cuerpo lo hicieron porque yo di mi consentimiento. Son ustedes el resultado de mi propia evolución. Lo que no fui capaz de calcular fue que, a la larga, serían ustedes la causa de mi propia destrucción.
   Les he observado, sí, a lo largo de toda su existencia. Y aún me cuesta aceptar que son ustedes parte de mí. He visto y veo todas y cada una de sus guerras. He vivido y padecido cada uno de sus descubrimientos. Les he soportado como se soporta una enfermedad, casi desde los primeros momentos de su existencia. De todas las experiencias a las que he sido sometida desde su aparición en mi cuerpo, hay dos que han sido determinantes en su comportamiento: en primer lugar, su obsesión por apartarme de su vida, huyendo de mi paraíso para refugiarse en su infierno; y en segundo lugar, la invención del dinero, que les ha llevado a comportamientos inconcebibles para un alma.
   ¿Saben? No me imagino a mí misma envidiando los anillos de Saturno. Soy incapaz de sentir soberbia por el hecho de ser la única entre mis hermanos que está habitada. No me dejo llevar por la pereza y giro, tanto sobre mí misma como alrededor del Sol, sin descanso. No soy avariciosa, y ustedes son los máximos exponentes de mi generosidad. Me alimento exclusivamente de la luz de mi padre, el Sol, y no conozco la gula. Si yo fuera iracunda, mi ira se notaría a nivel cósmico y ustedes serían los primeros en enterarse. Por fin, si me hubiera dejado llevar por la lujuria, hoy tendría tantas lunas como Júpiter.
   Yo sé que soy un grano de arena en el fondo del mar universal. Y ustedes, tan pequeños, se creen el centro de ese mismo universo. Cuando a lo largo de su historia les he oído hablar de sus dioses, me he preguntado si no estarían hablando de ustedes mismos.
   Espero que los señores académicos disculpen lo que voy a decirles a continuación y espero, asimismo, que no entiendan mis palabras como una referencia a sus señorías. Pero el resultado actual de su evolución a lo largo de los tiempos es la mediocridad. Nunca fue fácil para sus hermanos en ningún momento de su historia prevalecer por el valor de la conciencia, a pesar de que han desarrollado ustedes la ciencia, las artes y la industria. Pero miren a su alrededor y díganme ustedes qué ven. Todas las maravillas que han creado se ven eclipsadas por la injusticia. Poco a poco, ustedes han ido bajando a sus dioses de sus panteones para instalarlos en sus mentes. Y aunque dicen admirar a aquellos de ustedes que han vivido su vida en la honestidad, no los toman por referencia para su vida, sino que parecería que lo que de verdad intentan es alejarse de sus propios modelos. Premian la conciencia, pero viven en la inconsciencia. Y yo no sé interpretar correctamente este comportamiento. Agradecería mucho a sus señorías si me ayudan a entender sus pensamientos.
   También quisiera decir en este auditorio que mi preocupación va más allá del ámbito de mi órbita. No sólo yo y mi hija, la Luna, estamos alerta. Escucho la música de las estrellas de todas las galaxias. De todas partes llegan voces de inquietud e incertidumbre. Me preguntan las demás células de este universo si se puede confiar en ustedes. Yo no sé responder. Por un lado, tengo claro que ya deberían haber dado marcha atrás a ciertas actividades que les conducen al abismo. Pero, por otro lado, soy madre y me cuesta decir que uno de mis hijos, uno de los parásitos que alberga mi cuerpo, puede ser peligroso para el cuerpo de todo el universo. Yo no soy su Saturno, que devora a sus propios hijos. Pero mi cuerpo astral, que ustedes llaman atmósfera, se va desvaneciendo por la voracidad de ustedes y estoy poniendo en peligro algo más valioso que la humanidad. Me planteo otras medidas, además de las de autodefensa, para dar una última oportunidad a su raza. Pero tengo muy claro, señores académicos, que si ustedes no dan pasos en otra dirección, todo lo que yo haga será inútil.
   Son ustedes demasiado jóvenes. No pueden imaginar el mundo en su totalidad. Hablan del infinito como si fuera algo accesible. Hablan del origen como si se tratara de su propio origen. Son ustedes demasiado egoístas. ¿Cómo se podría entender, salvo por el egoísmo, que sus dioses modernos sean la avaricia y la soberbia, la ira y la envidia, la gula, la lujuria y la pereza? Estas siete manifestaciones del egoísmo prevalecen por encima de todos los logros de la justicia, y eso es intolerable.
   Díganme, ¿cómo pueden vivir los unos a costa de los otros? Ustedes dicen que la humanidad es una hermandad. ¿De dónde han imitado ese modelo de hermandad? Miren por encima y por debajo de ustedes. Díganme si lo que ven es fruto de la igualdad. Todavía no han aprendido que perder es la máxima ganancia. Porque lo único que se puede perder es la vida, y perder la vida es nacer por fin. De todo lo demás, pueden ustedes desprenderse y llegar libres de peso al final del camino. No entiendo ese afán de cargar con cuantas más cosas, mejor. Para vivir, lo único que necesitan es la vida, y ya la tienen. ¿Por qué no viven la vida? ¿Por qué se empeñan en morir la vida? ¿Qué harán cuando llegue la muerte?
   Yo sé que algún día moriré. Me detendré en la danza cósmica y dejaré de mirarme en el espejo de mi hija, la Luna. Ella ya hace tiempo que murió. De hecho, nació muerta. Pero su generosidad ha hecho que permanezca en su sitio como un cadáver para mantener el orden y la armonía del universo. Una buena lección que podrían ustedes haber aprendido, pues hasta la Luna ya han llegado con sus pies. Sé que moriré y me transformaré. La muerte no es un salto en el vacío, como piensan muchos de ustedes. Forma parte del desarrollo de cada ser y está escrito en el Libro de la Vida que todo lo que tiene vida sea perdurable, pero no eterno.
   Ruego a los señores académicos que sepan disculpar mi torpeza por venir aquí, a su casa, para hablarles de la eternidad. Para ustedes la eternidad es una medida de tiempo. Pero voy a decirles una cosa que no es para sus oídos: la eternidad no puede medirse, puesto que el tiempo no existe y es tan sólo uno de sus inventos. Existe la armonía, ese pálpito del corazón del universo que es tan perfecto, y que ustedes se conforman con medir y calcular. Ese latido recorre tiempos que no se calculan y espacios que no se miden. La armonía es la voz del corazón universal, y cuando mis oídos escuchan esa voz, se llena mi piel de verde y de agua, frutos de la alegría más verdadera. Si abrieran los oídos de sus corazones y prestaran atención a esa voz, yo no estaría aquí para recordarles a ustedes quiénes son y dónde están. Tendrían en todos sus sentidos las sensaciones del amor en estado puro, y su comportamiento sería muy diferente. La armonía sustituiría al caos en el que subyacen ustedes. Estarían en una verdadera hermandad, infinitamente más fuerte que la suya, que padece sus debilidades por todos los costados. Y lo más importante: establecerían un estado de la conciencia. No podrían mirar a su alrededor y hacer como si estuvieran ciegos, sin ver nada de la realidad que les rodea. Sí, de esa enfermedad que llaman ustedes realidad. ¡Si vieran cómo la veo yo! Ustedes no podrían soportar la visión de su realidad vista desde mi lugar en el universo.
   Hablan ustedes de la realidad que viven como si hablaran de la verdad. Lo que viene a decir la poca consistencia real que tiene para ustedes la verdad. Sí, hemos llegado al verdadero nombre de su enfermedad: la mentira. La peor de las mentiras es mentirse a uno mismo y a todos los demás. Si aceptan ustedes que viven en su realidad y no en la armonía, están aceptando vivir en la mentira. Y la mentira no es aceptable en el universo. Gira en el sentido contrario al sentido de la armonía.
   Ilustres señores de la Academia. He comparecido ante ustedes en mi nombre para darles a conocer la inquietud y la preocupación que existen en las diferentes esferas de este universo. Han conseguido ser el centro del universo, pero en un sentido muy diferente al que ustedes creían.
   He venido para rogarles, en el nombre de la verdad, que salgan ustedes de la mentira y regresen al camino de la armonía. Nada sería más hermoso en este momento que verles de nuevo en mi paraíso. Para que me entiendan, pues no es un ejemplo que me guste, somos como un reloj, y necesitamos a todas las piezas en su sitio cumpliendo su misión.
   Hablo con su lenguaje y espero ser bien comprendida. No he venido a ustedes en tono amenazante, pues yo no conozco la ira. He venido con la armonía de la humildad universal a decirles que son ustedes los responsables de sus actos, pero que todos podemos ser las víctimas de los mismos. Y eso, mi padre el Sol y todas las estrellas del universo, no están dispuestos a tolerarlo. En su realidad es concebible el dolor. Pero para la armonía su dolor es una distorsión, y debe corregirse.
   No tengo nada más que decir.
   Muchas gracias, señores académicos.

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