I n f o r m e p a r a u n a A c a d e m i a
[Un homenaje a K]
Yo, la Tierra, hija del Sol y madre de la Luna, he venido a esta academia con el propósito de exponer ante ustedes, hombres ilustres, mi informe.
Quizás muchos seres humanos ignoren que yo
soy, como ellos, un ser vivo. Es decir, un ser que tiene las facultades de
nacer, desarrollarse y morir. Nací hace tanto tiempo que para ustedes sería
absolutamente imposible relacionar mi edad con la de los seres humanos. Tengo
un corazón más puro que el de ustedes, pues el mío es de fuego líquido y el de
ustedes es de fuego sólido.
Pero lo más importante de todo este asunto
que me trae aquí es una cuestión fundamental que ha sido olvidada por su raza:
yo puedo vivir sin ustedes, pero ustedes no pueden vivir sin mí. Comprendan mi
sorpresa y mi inquietud cuando veo sobre mi cuerpo un parásito que trata de
destruirme, a pesar de causar con ello su propia destrucción. He intentado
analizar, con los medios que la naturaleza pone a mi alcance, cuál puede ser el
fin que persiguen ustedes persiguiendo su propio fin. Y, créanme, no consigo
encontrar una respuesta que calme mi inquietud. Más bien, he llegado a
conclusiones que me han hecho dudar de la fuerza de mi esperanza.
Yo fui el paraíso que ustedes anhelan hoy en
día.
Comprendan mis ataques epilépticos, que ustedes
señores académicos llaman terremotos. Entiendan mi llanto, a veces desesperado,
que ustedes llaman diluvio. Comprendan, por favor, mis suspiros desesperados,
que ustedes llaman ciclones y huracanes. Entiendan que mi corazón líquido se me
salga por mis bocas, que ustedes llaman volcanes. Todo mi sufrimiento es mal
entendido. Todas mis lágrimas caen en el vacío. Para ustedes son desgracias y
ni una sola vez les he oído decir que quizás yo, la Tierra, trato de hablar con
ustedes con los medios a mi alcance.
He observado a su especie durante toda su
existencia. Su aparición en mi cuerpo, su evolución a lo largo de los tiempos,
su comportamiento con mis demás parásitos y con ustedes mismos, su relación con
las demás especies que mi cuerpo les proporciona a sus cuerpos… La particular
visión que ustedes tienen de la vida me deja perpleja. Por un lado, han sabido
desarrollar mis potencias al máximo nivel. Pero lo han hecho expoliándome y
violando todos mis recursos. No existe ningún otro parásito de mi cuerpo, sea
mineral, vegetal o animal, que no se haya visto influenciado de alguna manera
por la existencia de ustedes. Esto es un caso único. Han modificado todo mi
sistema nervioso; han cambiado el curso de mis arterias; han perforado mi piel
para sacar hasta la última gota de sangre de mi cuerpo…
Olvidan que si bien yo tengo parásitos,
ustedes tienen virus. Y ustedes, señores de la Academia, se defienden de
sus virus. Legítimo es, pues, que yo pueda defenderme de mis parásitos cuando
éstos se han convertido en virus.
Ustedes mismos son la causa y el efecto de
sus desgracias. Ya lo he dicho: yo fui el paraíso. Cuando ustedes aparecieron
sobre mi cuerpo lo hicieron porque yo di mi consentimiento. Son ustedes el
resultado de mi propia evolución. Lo que no fui capaz de calcular fue que, a la
larga, serían ustedes la causa de mi propia destrucción.
Les he observado, sí, a lo largo de toda su
existencia. Y aún me cuesta aceptar que son ustedes parte de mí. He visto y veo
todas y cada una de sus guerras. He vivido y padecido cada uno de sus
descubrimientos. Les he soportado como se soporta una enfermedad, casi desde
los primeros momentos de su existencia. De todas las experiencias a las que he
sido sometida desde su aparición en mi cuerpo, hay dos que han sido
determinantes en su comportamiento: en primer lugar, su obsesión por apartarme
de su vida, huyendo de mi paraíso para refugiarse en su infierno; y en segundo
lugar, la invención del dinero, que les ha llevado a comportamientos
inconcebibles para un alma.
¿Saben? No me imagino a mí misma envidiando
los anillos de Saturno. Soy incapaz de sentir soberbia por el hecho de ser la
única entre mis hermanos que está habitada. No me dejo llevar por la pereza y
giro, tanto sobre mí misma como alrededor del Sol, sin descanso. No soy
avariciosa, y ustedes son los máximos exponentes de mi generosidad. Me alimento
exclusivamente de la luz de mi padre, el Sol, y no conozco la gula. Si yo fuera
iracunda, mi ira se notaría a nivel cósmico y ustedes serían los primeros en
enterarse. Por fin, si me hubiera dejado llevar por la lujuria, hoy tendría
tantas lunas como Júpiter.
Yo sé que soy un grano de arena en el fondo
del mar universal. Y ustedes, tan pequeños, se creen el centro de ese mismo
universo. Cuando a lo largo de su historia les he oído hablar de sus dioses, me
he preguntado si no estarían hablando de ustedes mismos.
Espero que los señores académicos disculpen
lo que voy a decirles a continuación y espero, asimismo, que no entiendan mis
palabras como una referencia a sus señorías. Pero el resultado actual de su
evolución a lo largo de los tiempos es la mediocridad. Nunca fue fácil para sus
hermanos en ningún momento de su historia prevalecer por el valor de la
conciencia, a pesar de que han desarrollado ustedes la ciencia, las artes y la
industria. Pero miren a su alrededor y díganme ustedes qué ven. Todas las
maravillas que han creado se ven eclipsadas por la injusticia. Poco a poco, ustedes
han ido bajando a sus dioses de sus panteones para instalarlos en sus mentes. Y
aunque dicen admirar a aquellos de ustedes que han vivido su vida en la
honestidad, no los toman por referencia para su vida, sino que parecería que lo
que de verdad intentan es alejarse de sus propios modelos. Premian la
conciencia, pero viven en la inconsciencia. Y yo no sé interpretar
correctamente este comportamiento. Agradecería mucho a sus señorías si me
ayudan a entender sus pensamientos.
También quisiera decir en este auditorio que
mi preocupación va más allá del ámbito de mi órbita. No sólo yo y mi hija, la Luna, estamos alerta. Escucho
la música de las estrellas de todas las galaxias. De todas partes llegan voces
de inquietud e incertidumbre. Me preguntan las demás células de este universo
si se puede confiar en ustedes. Yo no sé responder. Por un lado, tengo claro
que ya deberían haber dado marcha atrás a ciertas actividades que les conducen
al abismo. Pero, por otro lado, soy madre y me cuesta decir que uno de mis
hijos, uno de los parásitos que alberga mi cuerpo, puede ser peligroso para el
cuerpo de todo el universo. Yo no soy su Saturno, que devora a sus propios hijos.
Pero mi cuerpo astral, que ustedes llaman atmósfera, se va desvaneciendo por la
voracidad de ustedes y estoy poniendo en peligro algo más valioso que la
humanidad. Me planteo otras medidas, además de las de autodefensa, para dar una
última oportunidad a su raza. Pero tengo muy claro, señores académicos, que si
ustedes no dan pasos en otra dirección, todo lo que yo haga será inútil.
Son ustedes demasiado jóvenes. No pueden
imaginar el mundo en su totalidad. Hablan del infinito como si fuera algo
accesible. Hablan del origen como si se tratara de su propio origen. Son
ustedes demasiado egoístas. ¿Cómo se podría entender, salvo por el egoísmo, que
sus dioses modernos sean la avaricia y la soberbia, la ira y la envidia, la
gula, la lujuria y la pereza? Estas siete manifestaciones del egoísmo
prevalecen por encima de todos los logros de la justicia, y eso es intolerable.
Díganme, ¿cómo pueden vivir los unos a costa
de los otros? Ustedes dicen que la humanidad es una hermandad. ¿De dónde han
imitado ese modelo de hermandad? Miren por encima y por debajo de ustedes.
Díganme si lo que ven es fruto de la igualdad. Todavía no han aprendido que
perder es la máxima ganancia. Porque lo único que se puede perder es la vida, y
perder la vida es nacer por fin. De todo lo demás, pueden ustedes desprenderse
y llegar libres de peso al final del camino. No entiendo ese afán de cargar con
cuantas más cosas, mejor. Para vivir, lo único que necesitan es la vida, y ya
la tienen. ¿Por qué no viven la vida? ¿Por qué se empeñan en morir la vida?
¿Qué harán cuando llegue la muerte?
Yo sé que algún día moriré. Me detendré en
la danza cósmica y dejaré de mirarme en el espejo de mi hija, la
Luna. Ella ya hace tiempo que murió. De
hecho, nació muerta. Pero su generosidad ha hecho que permanezca en su sitio
como un cadáver para mantener el orden y la armonía del universo. Una buena
lección que podrían ustedes haber aprendido, pues hasta la Luna ya han llegado con sus
pies. Sé que moriré y me transformaré. La muerte no es un salto en el vacío,
como piensan muchos de ustedes. Forma parte del desarrollo de cada ser y está
escrito en el Libro de la Vida
que todo lo que tiene vida sea perdurable, pero no eterno.
Ruego a los señores académicos que sepan
disculpar mi torpeza por venir aquí, a su casa, para hablarles de la eternidad.
Para ustedes la eternidad es una medida de tiempo. Pero voy a decirles una cosa
que no es para sus oídos: la eternidad no puede medirse, puesto que el tiempo
no existe y es tan sólo uno de sus inventos. Existe la armonía, ese pálpito del
corazón del universo que es tan perfecto, y que ustedes se conforman con medir
y calcular. Ese latido recorre tiempos que no se calculan y espacios que no se
miden. La armonía es la voz del corazón universal, y cuando mis oídos escuchan
esa voz, se llena mi piel de verde y de agua, frutos de la alegría más
verdadera. Si abrieran los oídos de sus corazones y prestaran atención a esa
voz, yo no estaría aquí para recordarles a ustedes quiénes son y dónde están.
Tendrían en todos sus sentidos las sensaciones del amor en estado puro, y su
comportamiento sería muy diferente. La armonía sustituiría al caos en el que
subyacen ustedes. Estarían en una verdadera hermandad, infinitamente más fuerte
que la suya, que padece sus debilidades por todos los costados. Y lo más
importante: establecerían un estado de la conciencia. No podrían mirar a su
alrededor y hacer como si estuvieran ciegos, sin ver nada de la realidad que
les rodea. Sí, de esa enfermedad que llaman ustedes realidad. ¡Si vieran cómo
la veo yo! Ustedes no podrían soportar la visión de su realidad vista desde mi
lugar en el universo.
Hablan ustedes de la realidad que viven como
si hablaran de la verdad. Lo que viene a decir la poca consistencia real que
tiene para ustedes la verdad. Sí, hemos llegado al verdadero nombre de su
enfermedad: la mentira. La peor de las mentiras es mentirse a uno mismo y a
todos los demás. Si aceptan ustedes que viven en su realidad y no en la
armonía, están aceptando vivir en la mentira. Y la mentira no es aceptable en
el universo. Gira en el sentido contrario al sentido de la armonía.
Ilustres señores de la Academia. He comparecido ante
ustedes en mi nombre para darles a conocer la inquietud y la preocupación que
existen en las diferentes esferas de este universo. Han conseguido ser el
centro del universo, pero en un sentido muy diferente al que ustedes creían.
He venido para rogarles, en el nombre de la
verdad, que salgan ustedes de la mentira y regresen al camino de la armonía.
Nada sería más hermoso en este momento que verles de nuevo en mi paraíso. Para
que me entiendan, pues no es un ejemplo que me guste, somos como un reloj, y
necesitamos a todas las piezas en su sitio cumpliendo su misión.
Hablo con su lenguaje y espero ser bien
comprendida. No he venido a ustedes en tono amenazante, pues yo no conozco la
ira. He venido con la armonía de la humildad universal a decirles que son
ustedes los responsables de sus actos, pero que todos podemos ser las víctimas
de los mismos. Y eso, mi padre el Sol y todas las estrellas del universo, no
están dispuestos a tolerarlo. En su realidad es concebible el dolor. Pero para
la armonía su dolor es una distorsión, y debe corregirse.
No tengo nada más que decir.
Muchas gracias, señores académicos.
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